El cuerpo grita lo que la mente calla.
Cuando pensamos en nuestro bienestar, a menudo nos enfocamos solo en los pensamientos que rondan nuestra cabeza. Sin embargo, en la vida de cualquiera de nosotros como seres humanos, el cuerpo ha ido acumulando tensiones, dolores o incomodidades en nuestra línea del tiempo vital.

Cuando la mente no tuvo tiempo de afrontar con “calma” cada uno de aquellos hitos normalmente negativos, el cuerpo se resiente. Como tatuajes imperceptibles que van creando una historia propia. En palabras de Bessel van der Kolk (2014),
“el dolor de una situación vital compleja no es solo un suceso del pasado, sino que puede manifestarse en cambios físicos, emocionales y relacionales en el presente”.
Para ilustrarlo, quiero compartir contigo la historia de Julia.
Julia tenía 34 años, una vida que parecía ideal: un buen trabajo, una pareja estable y una red de amigos que la apoyaba. Pero durante meses comenzó a experimentar dolores. Los médicos no encontraban una causa física clara, y cada vez que alguien le sugería que podía ser “estrés”, ella pensaba: “¿Cómo va a ser estrés si todo está bien en mi vida?”.
Un día, en una clase de yoga, su instructor le hizo una simple pregunta: “¿Hay algo que estés callando emocionalmente?” La pregunta activó dos punzadas en el corazón: había pasado años en el trabajo callando su propia voz para evitar conflictos. Al igual que cuando era niña y el divorcio de sus padres la había llevado a convertirse en la mediadora de la familia, cargando con el peso de evitar que otros se lastimaran.
Sin dramatizar, ese patrón se repite en muchos momentos de nuestra vida adulta. Sin tiempo para reflexionar con ternura sobre nosotros mismos, bien por estar inmersos en las exigencias de la propia existencia, o bien porque no queremos recordar lo que no es funcional para seguir avanzando. Ya sea por una razón u otra, o por ambas, o incluso por otras, quien sí va acumulando los efectos de la vida es el cuerpo. Ese maravilloso mecanismo que nos permite vivir y sobrevivir ante las inclemencias hasta que un día para y dice: “me duele”. Y no es que se esté haciendo viejo, que también, sino que es el que recuerda el número de veces que activó los mecanismos de defensa como la respuesta de “lucha, huida o congelación” a malas palabras, gestos o acciones de otros. Es el cuerpo el que tiene muy presente la tensión muscular generalizada que se mantuvo durante meses e incluso años al no alcanzar las expectativas de otros o incluso las propias. Es el cuerpo el que recuerda el número de veces en las que el corazón latió más rápido y la respiración se volvió más superficial o agitada.
Vuelvo a decir, sin dramatizar y mucho menos sin psicologizar la vida, el cuerpo grita lo que la mente calla. De manera que a veces te obliga a parar porque necesita un respiro, una conexión nueva con la naturaleza, un cambio de rumbo o simplemente ser atendido con ternura y agradecimiento.
Si quieres profundizar un poco más sobre esta relación mente-emoción-cuerpo, échale un vistazo a este libro en el ámbito de la psicología y la neurociencia del trauma:
Van der Kolk, B. A. (2014). The body keeps the score: Brain, mind, and body in the healing of trauma. Viking.
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