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20 años con Familias ... ¡¡Un cuento de hadas!!


Tras 20 años trabajando con familias, aprendemos que el regalo ha sido caminar JUNT@S!!

Érase una vez una sala blanca, con luz y voces de niños, pero un poco desnuda. En ella un rey de este reino, más cercano que lejano, retó a la hija de un molinero a hilar un tapiz; la chiquilla dijo que sí, si con ello podía dar tejido a las casas tan faltas, y al propio palacio, que cuando llegase el frío invierno también lo iba a necesitar.


La expectación de todo el reino con respecto al tapiz era enorme, se comentaba en los corrillos del mercado, en la salida de los colegios, los miembros de las clases ilustres del país murmuraban en sus bailes, y miraban perplejos a la hija del molinero que viernes tras viernes, se acercaba a la misteriosa sala. Unos días llevaba una cara alegre; otros, expectante; otros, triste. Muchos se preguntaban: ¿por qué el rey eligió a la hija del molinero, para tan alta misión? La responsabilidad se asomaba a sus enormes ojos, pero nunca faltó en la cara ilusión, ni ganas...


El tapiz era un encargo, se instalaría por decreto de corazón, en cada una de las casas de las familias del reino. Se harían copias originales y se pasaría de generación en generación. Se sabía que de ese importante tapiz se dotarían las familias del lugar, y que todo el mundo tendría acceso al maravilloso patrón que de allí resultara. La telara tomó nombre para los súbditos y se llamó Terse.


La telara Terse enseguida se dio cuenta de la complejidad de la misión. Había aceptado el reto, pero las dificultades eran muchas. Había tantas familias, tantas casas, tantos príncipes y princesas y cada uno diferente. ¿Cómo lo haría? A todos los quería, y todos se querían entre sí, no en vano este era un país de ensueño, que hace ya más de 15 años realizó un “brexit” sobre lo convencional.


Pidió colaboración a las familias del reino para que periódicamente, cada 3 o cuatro viernes acudiesen a completar su propio tejido en el telar real, imaginando así un número más amplio de tapices cada uno con su color, su trama, sus formas. Tapices maravillosos que sirvieran para acoger los cuentos que contar a los niños y niñas en las frías noches de invierno y para que pisaran fresquito con los pies desnudos, en las calurosas noches de verano. A la llamada anunciada por el correo real acudieron de forma regular un grupo de súbditos. Los hijos de los súbditos, también visitaban el telar, y aun cuando no estaban presentes, persona alguna hubiese negado que, invisibles, sus rápidas y pequeñas manos entretejían los hilos de la telara y de las madres y los padres. El telar era mágico y poderoso, ni el tapiz más complicado y enrevesado, se terminaba resistiendo a la magia de los constantes.


Un hada madrina con una varita de silencio apareció en el momento oportuno, con su cabello blanco y su mágica voz, el hada madrina hizo que hilar fuese una tarea consciente y primorosa.


Cada año había una trama de hilos: valores, deseos, capacidades, procedimientos.Se entremezclaban en una caja ordenada que ella se encargaba de poner a disposición del reino. Había una cesta de madejas repleta de emociones y pensamientos: amor, ilusión, esperanza, creatividad...y mil cosas más. Terse los seleccionaba. Cada año echaban de menos a alguien, porque la vida es así: algunos se iban a otros reinos, otros se iban para no volver, pero siempre venía alguien nuevo y maravilloso.


La telara consiguió que los súbditos atentos fuesen creando verdaderas maravillas, a veces no entendían nada, discrepaban, jugaban, se reían y se iban conociendo cada vez mejor pero tejían en atención y en silencio, compartían la vida y cada viernes salían del telar encantados. Crecieron como personas que sabían disfrutar de la vida, del estudio, las aficiones, la familia, de sus amigos y sus trabajos. En el telar se consiguió que las familias formulasen deseos, compartiesen el diseño de sus tapices, que se arropasen con las telas, y poco a poco fueron surgiendo pañuelos para limpiar las lágrimas, abanicos de tela para esparcir las risas, encajes para adornar los sosos tejidos negros de la vida, gasas para las pupas, banderas para portar los valores, cortinajes para alejar la desesperanza, se hicieron lazos para las metas de los niños, y las de sus padres, capas para héroes de la vida, mascarillas para el humo y la pestilencia, chubasqueros para la lluvia, volantes para hacer la vida divertida, y sobre todo alas, alas de seda, fuertes y resistentes para saber encarar el viento a favor.


Los hijos y las hijas de los súbditos, crecieron felices y a ratos no tanto, el ejército del rey disfrutó de los tejidos que allí se hilaban. Navegaban en barcos con velas tejidas de fortalezas. Los súbditos sabían que si ellos usaban las telas mágicas, también lo harían sus hijos, y se pusieron manos a la obra a ocuparse de los tejidos, los colores, las formas, no se preocupaban, simplemente tejían y cambian el diseño según las circunstancias, hasta crearon su propio lenguaje. Todos los días aprendían algo nuevo.


Las mágicas alas que salen del telar ayudan, todavía hoy, a que todos los que abandonan el reino, todos vuelan con la huella del telar de la escuela de familias. ¡Los hilos del telar los hemos pegado en nuestros diarios, durante quince años, diez, cinco o uno, qué más da! Han marcado las páginas de nuestras vidas y las de los niños, se mezclan con las notas de tutoría, con las lista de los compañeros de clase, incluso con las listas de deseos y de la compra... Los que perseveramos hemos aprendido a tejer maravillas y nuestras vidas llevan ya la huella de todos y cada uno de los que hemos pasado por el telar. Gracias telara de ojos grandes, gracias a un telar debidamente preparado, hemos crecido en magia, o en inteligencia emocional, como diría Elsa Punset. Gracias por este maravilloso regalo. Gracias Terse, el tapiz era un encargo, como este cuento, que he pretendido llenar de ternura. Y colorín colorado, ¡en la secuela, hemos quedado!



Regalo de las Familias a Ester López Cárdenas

tras 20 años dirigiendo la "Escuela de Padres"

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