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Tener que ser o Querer ser.




En la presentación de su investigación, Mariano Sigman “Your words may predict your future mental health” consiguió detectar, a través del vocabulario que usa una persona en su cotidianeidad, la probabilidad de caer en un estado depresivo o ansioso, entre otros. Si hubiera podido ampliarse el rango de estudio con las frases que nos decimos mentalmente, nos daríamos cuenta cuán acostumbrados estamos a reordenarnos en el “tengo que..” en vez de guiarnos por el “quiero que..” Y como en nuestro caso la idea es trasladarlo a una forma de estar delante de nuestros hijos, cuánto de nuestro lenguaje cotidiano se inicia con el “tienes que..” reproduciendo muy pocas veces el “quieres que..”


Acostumbrados y acostumbrando a los que educamos en la acción (que a veces se convierte en imposición) en vez de en la reflexión de lo que siento para saber lo que quiero, pocas son las oportunidades para usar un rincón del sentir-pensar que me ayude primero a reconocerme para después guiarme.


Haciendo memoria, si mis docentes me hubieran ayudado a pararme a pensar cómo quería ser en mis relaciones con mis compañeros y amigos o en mi forma de aprender, quizás más adelante no hubiera tenido que reproducir su rol de lo que otros tienen que hacer o cómo deben hacerlo. Reflexionando hoy sobre ello, quizás le hubiera ahorrado a mi equipo un montón de instrucciones en las que les aleccionaba de lo que “teníamos que” en vez de sentarme a preguntar qué sentían que podíamos conseguir.


Cada vez estoy más convencida, quizás como resultado de mi nuevo interés por la programación neurolingüística, que niños y adolescentes tienen más recursos disponibles cuando se les guía en primero qué sienten para luego pensar en el cómo quieren practicarlo. Piénsalo también en tu faceta familiar! Cuando admiras el comportamiento del hijo de alguien que se desenvuelve en su vida con claridad, honestidad, responsabilidad, respeto…. No dudas en preguntarle qué le ha llevado a comportarse de esa manera pero la respuesta siempre es la misma: “lo siento así, surge natural, pienso que ésta es la manera de hacerlo y cuando lo hago así, me siento bien”. Nos sorprende y a la vez nos crea incertidumbre no tener una descripción más detallada de cómo lo hace pero es porque el comportamiento se hizo automático, no requiere en el presente de seguir un patrón impuesto porque en el pasado ya consolidó su forma en un sentir que las consecuencias de sus actos le hacían sentirse bien por la razón que le guiaba a hacerlo, por la alineación entre lo que otros describían cómo lo hacía y por la sensación de que esa forma de estar en relación con su mundo cotidiano era disfrutado.


Y ahora, generalizando a nuestro pensamiento consecuente: No es lo mismo pensar “tengo que ser consecuente…”, lo que en sí mismo ya te genera un estado añadido de estrés o una búsqueda de lo que hacen otros para replicarlo y por si fuera aún peor una ansiedad por leer todos los libros que hablen y te faciliten el método, que sentir la necesidad de “querer ser consecuente”. Por qué? Porque querer implica una decisión ajustada al sentir a lo que hace que tu corazón palpite con mayor armonía y con ello segregues incluso oxitocina, esa hormona responsable de que amemos, seamos amables y compasivos incluso con nosotros mismos. Para ello, para querer, necesitamos pararnos a reflexionar con las palabras más funcionales que nos enseñó la historia del pensamiento: qué, cómo, para qué.

“Había un tiempo en el que los educadores daban razones para aprender” Neil Postman en Teaching as Subversive Activity


Querer ser consecuente precisa de un tiempo de reflexión sobre qué es responsable, qué me hace sentir el actuar de esa manera, cómo se es en lo cotidiano de la vida y para qué se actúa de esa manera ya sea ante un ámbito público que te apoye o no, ya sea en un ámbito privado donde te valores o no. No me cabe duda! Querer ser consecuente es la mayor decisión personal que podemos hacer para sentir que lo que hacemos y como lo hacemos tiene una razón de ser.

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